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Pornocronía 33



Anin Nahis podía sentir la rugosidad de una constelación, saborear los brillos de las galaxias y recorrer el tiempo como si se tratara de cualquiera de las calle del barrio donde vivía. Cuando cerraba sus ojos, Anin era capaz de escuchar la materia oscura del cosmos, oler la energía de una galaxia o incluso ver en los confines insondables de un agujero negro, pero no podía explicar ni entender ese talento. Llegaba a esas verdades únicamente desde los sentidos que traducían la experiencia en sensaciones pero nunca en un saber.  Esta habilidad le apareció cierto día al salir de la oficina donde trabajaba. Esa tarde, Anin, en vez de tomar el metro atestado de oficinistas cansados de la vida, decidió perderse en un parque y recostarse en la hierba fresca para entregarse a la naciente primavera y dormir un poco. Al rato, su cuerpo ya no era su cuerpo, el mundo sensible había desaparecido por completo y por la hendidura de su boca una energía metálica le impregnó la verdad de todas las cosas existentes e inexistentes, el olor le recordaba los temblores de su primera experiencia sexual, pero infinitamente más intensos. Luego, una idea apareció en su cabeza, como un vaporoso susurro: había sido la elegida.
Anin despertó de un sobresalto, aún con ese sabor metálico en la boca. Sobre sus piernas desnudas, algunos pequeños rayos de sol se arrastraban hasta desaparecer vencidos por la noche que lentamente se comía al parque y justo en ese instante, reconoció el sonido de un mundo recién formado y el éxtasis fue inmenso. Se sintió extraña con su poder, pero sobre todo al saberse víctima de un dios, frágil y temperamental.

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