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Pornocronía 28

De los abundantes hechos clasificados como verdaderas “rara avis” de las pandemias mundiales, el de Inclemencia Garibaldi, una profesora de ciencias naturales y físicas del instituto Dr. Frapuccino en Caiazzo, al norte de Italia es, por lejos, uno de los más extraños. La historia de Inclemencia transcurrió durante la cuarentena obligatoria, decretada en 1912 a causa de la terrible gripe Cuántica. La científica trabajaba en su tesis doctoral, sobre las radiaciones escatológicas y su consecuente afectación en el movimiento de las partículas subatómicas, cuando la orden de encierro la dejó enclaustrada en su laboratorio por seis meses. Con el estudio de  los diarios encontrados luego de la emergencia sanitaria, se supo que Inclemencia habría dado con una particularísima forma de entender la esquiva naturaleza de los agujeros negros, entendiendo a estos como portales a universos paralelos y lo más extraño era, que afirmaba haber detectado algunas de estas partículas emergiendo de ciertas partes del cuerpo humano. Lamentablemente nada se supo de ella, ya que al ingresar al laboratorio sus colegas constataron que literalmente Inclemencia se había esfumado, según ellos, al ser víctima de los efectos de su investigación. Solo le sobrevivieron sus notas, pero no sirvieron de mucho ya que conforme se avanzaba en su lectura, pasaban de ser los informes de una eminente científica a ser los pensamientos sueltos de una joven para mutar a ser ingenuos deseos de amor de una adolescentes y luego los juegos inocentes de una niña hasta que al fin, eran solo unos ilegibles garabatos parecidos a los que hace un bebé cuando apenas si sabe tomar una lapicera.

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A Guillermina Nacht, hija del famoso escultor Bávaro Eduard Nacht, poco le importaban las consecuencias de la temida influenza prusiana de 1894. Su espíritu libertario, unido a sus estudios en las incipientes ciencias de la epidemio-morfología corporal  la llevó a combatir la pandemia con todas las armas a su disposición, a saber: las provenientes de la medicina, como así también una amazónica actitud de guerrera huna, herencia de las practicas en el estudio de su padre como modelo de sus esculturas. Wilhem Roche, colega suyo del Hospital General de Baviera recordaba en un diario intimo encontrado en 1995: “a veces nos asustábamos de la bravura de Guille (como le decíamos) e incluso llegábamos a sospechar de sus estabilidad psíquica, pero los excelentes resultados con sus pacientes demostraban que no estaba para nada equivocada y que evidentemente, al virus lo espantaba su inquietante bravura”.