Clarice inspektor garabateaba sobre el papel ideas para un cuento fantástico. Intentaba ganar una vez más el premio literario que el metro de Santiago lanzaba año a año desde la irrupción de la gripe cuántica que paralizó al mundo. Por una u otra razón, la inspiración le era esquiva y de igual manera el galardón tan deseado, hasta que tras muchos ensayos y noches en vela, Clarice produjo un fenómeno literario-científico que la confinó en un error presente, pasado y futuro perpetuo. Un loop en el que el fin del sofocante encierro se correspondía cíclicamente con su permanente insistencia, e inicio.